Annamanu es una de mis más de 40 primas-hermanas, una de las mayores de la primera hornada de las "Vives" que empezaban a procrear. Mi padre tenía 6 hermanas y él era el único chico, os podéis imaginar.... Mi tía Marta, la madre de Annamanu era sin duda mi favorita, la perdimos pronto... y ahora, por aquellas cosa de la vida, nos hemos reencontrado Annamanu y yo, y compartimos sus reflexiones, que son tan intensas como lógicas e interesantes, en un momento de mi vida en que estas cosas toman una relevancia muy especial.
Viniendo de ella, abogada y filósofa, es obligado escuchar bien cuando hace reflexiones que son, aunque no lo parezca, actitudes que están en nuestra vida cotidiana.
Reflexionemos pues....

La energía vital de la que disponemos es algo que cada uno tiene de forma innata, y depende ya desde nuestro nacimiento, de un conjunto de cualidades que, cuando son conocidas y comprendidas (a lo que puede accederse de muchas formas y una de ellas es el Yoga), puede ser controlada, conservada, utilizada de acuerdo con los principios últimos que trascienden la propia energía vital.
Dado que cuando hablamos de energía vital la relacionamos con la estructura psico-física es importante comprender que es precisamente a través de estos vehículos como se expresa la vida: expresión de la mirada, fuerza, elasticidad, ganas de hacer cosas, capacidad para hacerlas bien, y sobre todo una alegría profunda y serena permanente que es gratitud a la propia vida; y ello frente a las actitudes que denotan la carencia de energía vital : mirada triste, falta de vigor, caída fácil en el sueño, necesidad constante de atención a uno mismo, falta de entendimiento con los demás, ansiedad, frustración…
Cuando la energía vital armoniza con las cualidades del ser individual, en el vehículo psico-físico el resultado es una persona psicológicamente estable (dentro de los límites de lo humano), madura y con capacidad de comunicar esta vitalidad como armonía-plenitud.
Cuando por el contrario no sucede así, estamos ante aquellos casos en los que las personas entran en ciclos más o menos largos o breves de “caídas de energía”, que no son más que desconocimiento de uno mismo y del complejo energético que llamamos ser humano.
La energía vital es el caudal de vida que se entrega a cada uno en el nacimiento, y la gestión adecuada de la misma (incluyendo la posibilidad de trascenderla) es la propia experimentación.
En la mayoría de los casos el ser humano ignora que la gestión de este tesoro le corresponde a él, y por tanto exige la vivencia de las más altas cualidades: el amor y la inteligencia. Sin conocer éstas, la vida se convierte en un devenir en la ignorancia y la infelicidad; perjudicando a quienes viven cerca de nosotros y en muchos casos entregando la dirección de nuestra experiencia vital a otros que proponen vitalidad, salud, felicidad, en nombre de teorías, técnicas, métodos…más que dudosos a menudo, a pesar de la apariencia científica o incluso tradicional con que se publicitan.
Nada hay en la vida que no sea inteligente, y para comprender esta inteligencia hay que disipar la ignorancia. Ésta en último extremo se reduce a ignorar lo que realmente somos, y la forma en la que se expresa es que vivimos “como si no fuéramos a morir”. Este es el gran error de la mente, que es la que mina la fuente de nuestra energía vital. Confunde lo aparente con lo real, crea un mundo ilusorio y a partir de ahí las indefinidas formas crean las indefinidas limitaciones.
La vida, siendo ella misma Inteligencia “penaliza” la ignorancia. Es decir, cuando nos alejamos de la verdad de lo que somos, la consecuencia es el sufrimiento en todas sus variopintas expresiones. Esta es una observación de todos conocida y que se presenta a todos los niveles de ser (por ejemplo: si soy de piel blanca y me expongo a un sol potente sufriré quemaduras; si en esencia soy libertad y me ato al deseo sufriré la angustia sin fin… y así cada uno puede añadir harina de su propio costal que en última instancia es el mismo para toda la humanidad).
Sucede sin embargo que atendemos la fragilidad del cuerpo físico y la debilidad de la mente psicológica desde una perspectiva equivocada. Desde un punto de vista erróneo. Desde una posición de la conciencia inadecuada, y así nuestra energía se desvanece y nuestra vida consiste en arrastrar el lastre de nuestro vehículo psico-físico.
Quienes de un modo u otro conectan con lo profundo de sí mismos atisban las acciones adecuadas y poco a poco, o muy deprisa (el tiempo no cuenta) expresan la vida en su faceta de plenitud humana. Es lo que solemos calificar como madurez.
Annamanu Ràfols Vives
María Vives
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